Rocío Molina se enfrentó al público de La Bienal en el Teatro Central, en un cuadrilátero como los que usa la gimnasta Simone Biles para mostrar su carne fibrada, y todas sus cualidades, las nacidas y las forjadas. Pero al contrario que la deportista, no fue atleta ni fue acróbata. Fue bailaora, bailarina y artista sin descansar y sin renunciar a ese don y a ese peso. Lo bailó todo desde el inicio y quien pensara que la malagueña escatimaría algo para aguantar las cuatro horas de improvisación que prometió, erró en el tiro.
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