En el Palacio del Tiempo no hay rastro de José María Ruiz Mateos. No hay fotos suyas, ni de sus hijos, ni placas que recuerden que esta mansión del siglo XIX albergó a su familia y sus negocios. Ubicado en La Atalaya, complejo con jardines y bodegas, fue su casa, su oficina y su capilla, un extra muy conveniente si alguien anhela ser noble. José María lo ansiaba, por eso compró 302 relojes y este palacio, donde no queda ni un aguijón de aquella especie invasora que fue Rumasa.
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